Debuté en este extraño mundo un 17 de agosto de 1971 en Puente Genil, y actualmente resido en Córdoba. Estoy felizmente casado con Ana Belén Cañete y tengo tres preciosos hijos: Belén, Bruno y César.
Hasta los 17 años viví en Aguilar de la Frontera, a unos 54 km del sur de la ciudad de Córdoba, un pueblo de medio tamaño, en la campiña alta, y en el centro de la famosa zona vitivinícola Montilla-Moriles.
Mis padres son de Pedro Muñoz (Ciudad Real) y, por inquietudes empresariales de un tío paterno, se trasladaron a finales de los años 60 a Aguilar.
Soy el segundo de cinco hermanos. Las relaciones con mis hermanos son, sin duda, dignas de estudio desde un punto de vista Freudiano.
De joven me gustaba jugar al baloncesto. Me convertí en un gran tirador a canasta e incluso llegué a ganar un segundo premio por mi puntería. Mi otro gran deporte fue el tenis de mesa, en el que gané multitud de trofeos. Jugando al ping-pong aprendí a mantener la sangre fría en los momentos más difíciles y a detectar las debilidades de los demás para adecuar mi estrategia de juego en función de ellas. En ambos deportes hacía del conocimiento de mi adversario el contrapunto de mis debilidades por mi baja estatura.
Desde muy pequeño se manifestó en mí el ateísmo, que hasta el día de hoy me acompaña. No recuerdo ningún momento de mi vida en el que la fe tuviese la más mínima presencia en mí. No sé si es un sueño o una realidad, pero siempre cuento que con 10 años le pedí a mis padres no hacer la Comunión. No tuve éxito en mi solicitud.
Durante la EGB destaqué como buen estudiante. Sin embargo, durante bachillerato y COU lo pasé mal porque las clases se me hacían eternas y me desesperaba al sentirme encerrado en el aula. La sensación de júbilo cuando los viernes al final del día sonaba el timbre es difícil de describir.
Al acabar COU le pedí a mis padres que me permitieran estudiar Ciencias Físicas en Sevilla, pero se negaron por varios motivos bien fundamentados.
Finalmente, y sin desearlo, ingresé en la Escuela Superior de Ingenieros Agrónomos de Córdoba, sin ninguna vocación por lo que allí me enseñarían. Durante la carrera no iba a clase casi nunca porque me aburría soberanamente.
La mayoría de mis profesores universitarios no captaban mi atención. Algunos, incluso, me parecían necios. Al acabar la carrera empecé a trabajar en un despacho de ingeniería. Simultáneamente trabajé en una Academia Privada (Academia OHM). Impartía clases de distintas carreras universitarias y materias como Cálculo, Álgebra, Física, Dibujo, Modelos Matemáticos, Ecuaciones Diferenciales, Estadística, Óptica y Electromagnetismo, Construcción, Calculo de Estructuras e Hidrología.
El impartir distintas materias me ha dado una visión de conjunto de la Ciencia.